Erostrato quería realmente entrar dentro de mí, por el estrechísimo paso de mi vagina, entrar todo entero en mi vientre, acomodarse allá dentro en la posición del feto y permanecer allí para siempre. O sea, quería huir del mundo al que había sido proyectado y en el que había sido abandonado precisamente por persona que habría debido, por el contrario, protegerlo y conservarlo en el consuelo de su propio seno.Esta voluntad de regresión, de manera contradictoria, era a la vez desesperada y llena de esperanza. Sabía muy bien que era imposible regresar a la nada prenatal; pero sentía con precisión que, aun siendo consciente de esta imposibilidad, alentaba la loca esperanza de que pronto se produjera el milagro: de repente, mi sexo se abriría lo suficiente como para permitirle introducirse en mi vientre, y él procedería hacia atrás, marchando, mediante sucesivas transformaciones, hacia la oscuridad y la nada, haciendo el mismo camino que había recorrido para venir a la luz.